jueves, agosto 11, 2011

Esto que nunca habría escrito...

Es viernes 22 de julio, y quisiera desabrigarme a pesar de que es invierno y hacen diez grados. Hace calor cruzando Plaza Moreno.

Me dice que debería haberlos visto, deberías haberlos visto, una pareja así. Por eso quería que llegara antes al negocio, para verlos. Así después lo escribís, porque esas cosas son para escribirlas, me dice un mediodía de julio en La Plata, yo con calor aun cuando hace frío, el sol invernal allá bien alto, y yo recordando otro invierno, con calor, en otra plaza, pero en la misma ciudad.

Pero llegué y ya se había ido, ya me esperaba en el camino, aburrido en una esquina, sonriendo apenas. A veces, de lejos, en la calle, parece como si no quisiera que lo vean sonreír, con lo mucho que me gusta verlo sonreír, y con todo lo que sabe que me gusta cuando sonríe en serio, porque algo le gusta, porque está contento, porque es feliz.

Ya me esperaba y no vi, no pude ver la secuencia, aunque me la imagino. Entre las banquetas blancas, negras y rojas de acrílico, las mesas ratonas de 15 mil pesos, los sommiers king size y las copas negras y espejadas que tanto deseo, Daniela pregunta cuánto cuesta el juego de té inglés blanco con rositas rococó, sin dejar de escuchar por el auricular del Nextel a Mariana, que del otro lado le pregunta cuándo vuelve, que el Ministro está a punto de entrar a negociar las paritarias, y Daniela, con una calma tremendamente sobradora, que le responde si le parece lógico que haya negociaciones paritarias con los sindicatos sin el Ministro de Trabajo, y que si le parece que ella estaría tan tranquila afuera de la oficina si así fuera, y a la vendedora cuánto por los sillones de pana aquellos.

Al lado, Martín se para y mira cada cosa que Daniela desea -que deseo extraño ese tan frío, uno pensaría que el deseo es caliente, es arrebatado, es violento, es rojo- pero no comprende. Da pasos junto a ella. Piensa. Pensaba, me dice él, pensaba y miraba las cosas, pero no sé si no le gustaba lo que veía o no tenía poder para decidir lo que podía gustarle. Unas cosas horribles veían, Alu, y los estafaron, ¿entendes?, ¡12 mil pesos en un sillón!. Él no lo podía creer.

Yo no lo podía creer, Alu, gastar esa guita en ese sillón blanco, que para colmo se les puede manchar en cualquier momento, y me muero, yo me muero si compro un sillón de cuero blanco y se mancha. Al que lo manche, lo asesino. Habla poniendo énfasis en cada sílaba, está como loco, no lo puedo creer, me dice, ya sé, le digo, y sé de verdad.

Pero pensá, cariño, que si tuviésemos esa plata disponible para gastar en un sillón, la gastaríamos, le dije. Yo sé que la gastaría, más si me enamoro de un sillón de cuero blanco, con lo dócil y suave que es el cuero, y con lo hermoso que debe ser si es blanco.

Sí, me dice, pero lo atroz era cómo ella elegía, caminaba y elegía cosas sin siquiera preguntarle a él si le gustaban.

Y los vi, pude verlos. La vendedora consultándole a Martín en una distracción de Mariana, si querían al final el juego de té y él dudando... mmm no sé, la verdad no sé, Mari, ¿llevamos el juego de té o no?. Así no debería ser una pareja, me dice y lo miro. Por eso quería que los vieras, y lo escribieras, ¿entendés?, porque justo ahí mientras yo veía eso pensaba en vos, en que para tener algo así, estoy de acuerdo con vos, porque a mi tampoco me dan ganas de casarme ni de tener hijos.

Puse cara de circunstancia y después no pude evitar sonreír levemente. Para qué intentar explicarle nada. Después de todo era él el que estaba en ese lugar comprando algo, y fue él a quien semejante escena le llamó la atención. Yo jamás habría escrito algo así, y sin embargo aquí estoy.

En total deben haber gastado 30 lucas, así, tranquilos, me dijo y lo escucho.

¿Y a vos cuánto te salió el tachito de basura? pregunté, más por calzarme el traje de yegua que por curiosidad. Sonrió avergonzado, no te voy a decir, me dijo, ya está, ya entendí, fuiste muy clarita.