miércoles, junio 17, 2009

Fosforitos

En un pueblito del interior de la Argentina tiene lugar, de vez en vez, un fenómeno extraordinario: su lluvia no moja.
Algunos especialistas han asegurado que esto se debe simplemente a que quien suscribe conserva sus recuerdos de dicho lugar tan cuidadosamente teñidos de rosa, (ante el horror de numerosos espectadores, que se levantan ho-rro-ri-za-dos puesto que, todos lo saben, el rosa NUNCA combina con NADA), que ha borrado, casualmente, todos los aspectos desagradables concernientes al frío y la humedad extremas que en este pueblito encuentran su lugar.
Este mismo personaje que ha decidido escandalizar a medio mundo con su aseveración, ahora afirma que en La Plata, ciudad sublime del mismo país si las hay, ha conocido un fuego que no quema. Y dice uno por generalizar, porque la verdad es que son varios, son muchos. Menos de los que uno quisiera, pero más de los que se imagina.
Se generan, misteriosamente, del contacto casual/causal de dos cuerpos. Según aseguran los pirólogos, algunas personas se encuentran cargadas de una tremenda energía potencial. Como sus vidas transcurren pausadamente entre seres de cartón y hule, nuestros fosforitos nada tienen que temer a la posibilidad de encenderse (algunos ni siquiera saben que tal cosa es posible). En ocasiones ocurre que se encuentran con algún rayito de sol y humean juntos un tiempo, y entonces los fósforos se sienten bien, más grandes, más importantes, a veces hasta más felices engañados por la maravilla de sentir ese calorcito y por no concebir que sea posible algo mejor.
Sólo muy raramente –más de lo que uno quisiera, pero menos de lo que nos imaginamos- dos fósforos se encuentran. Casualmente/causalmente se cruzan rozándose y chas… el fuego se enciende.
Nuestros fueguitos de ninguna manera deben ser subestimados, puesto que sus chispas no queman en la medida en la que nuestras intenciones sean del todo co-rrec-tas y nos acerquemos a ellos con el sólo motivo de encender nuevos brotes, cuidarlos y quererlos como se merecen; pero si huelen (porque nuestros fuegos huelen, y vaya si lo hacen) una negatividad creciente en el ambiente, logran encenderse con toda su furia y calcinar a aquellos ma-la-on-da que intentan apagarlos por pura envidia.
Tanto peligro se debe a que estos fueguitos tan bellos no animan a cualquiera. Al parecer, el pudor y la vergüenza pueblan los corazones de las personas, y el miedo, que es sonso, puede más que la pureza y la alegría para algunos.
Una recompensa espera a los idiotas que no temen serlo. A esos fósforos siempre listos para encenderse si es que por casualidad/causalidad se topan con otro de su estilo, una vez que comprenden que tal cosa es posible. Ellos arderán. Sus cabecitas rosas (o fucsias, pero da lo mismo puesto que ninguno de los dos colores combina con nada) se prenderán con fuerza y rapidez, y arderán junto con sus cuerpos.
Tanto arderán que sus cenizas fusionadas ya no podrán separarse, -ojalá-, nunca más.