Son las seis de la tarde. La mesa está desordenada por las mil cosas que debería comenzar a estudiar, leer y corregir.
El mate, amargo y humeante, llega a sus manos y su mirada alterna la contemplación del recipiente, la yerba seca y la espuma, con la del cielo que suavemente comienza a perder su color celeste, dando lugar a la noche.
- ¿Qué hay en el horizonte?
- Todo. Pero está tan lejos.
- Tenés una sonrisa rara, Alu.
- Estoy contenta, mi vida.
- No lagrimees, entonces.
- No lo puedo evitar. Tanto empezando y terminando a la vez. Tanto tan hermoso, tanto tan triste.
- Sí, pero ya sabés eso de que los verdaderos amores nunca se acaban.
Almendra extendió el brazo sobre la mesa para tomar su mano, los dedos se enlazaron.
- Puede ser, tal vez por eso puede llegar este momento.
- Sí, y disfrutar lo que nos queda antes de que a vos te llame tu Europa querida, y a mí mis sueños.
Almendra sonrió mientras bajaba la cabeza para que sus labios alcanzaran la bombilla que se humedeció con sus silenciosas lágrimas.
- Las despedidas son… de esos dolores dulces…
Canturreó entre dientes, sonrisa en los labios. “Así que así es…llega cualquier tarde entre los mates de la puesta del sol y te deja con tanto detrás y tanto por delante, cambiándote la vida casi como sin querer”