Es algo un tanto académico, pero mío al fin. De paso miren el blog del Centro de Investigación en Lectura y Escritura, y diganme qué opinan, como siempre...
La Bitácora
martes, junio 30, 2009
sábado, junio 20, 2009
Aymará
Aymará sonríe y es –quiere ser- feliz.
Por el espacio entre la puerta y el marco, lo observa dormitar suavemente. La computadora, aún prendida, la recibe con los correos que fueron el puente mágico entre ellos. Ve en sus palabras –en las suyas, en las de él- la perfecta construcción de dos seres inexistentes. Incluso el intento desesperado por evitar tanta ilusión desenfrenada sólo trajo consigo la pura y completa idealización.
Ahora se sienta y busca, de nuevo. Sabe que la magia ha acabado por estrellarse contra la realidad. Que nada es idílicamente maravilloso, y ella lo es menos que cualquier otra cosa.
Busca y encuentra al nuevo ingenuo del que se enamorará perdidamente, para siempre.
Por el espacio entre la puerta y el marco, lo observa dormitar suavemente. La computadora, aún prendida, la recibe con los correos que fueron el puente mágico entre ellos. Ve en sus palabras –en las suyas, en las de él- la perfecta construcción de dos seres inexistentes. Incluso el intento desesperado por evitar tanta ilusión desenfrenada sólo trajo consigo la pura y completa idealización.
Ahora se sienta y busca, de nuevo. Sabe que la magia ha acabado por estrellarse contra la realidad. Que nada es idílicamente maravilloso, y ella lo es menos que cualquier otra cosa.
Busca y encuentra al nuevo ingenuo del que se enamorará perdidamente, para siempre.
***
Abre los ojos a un nuevo día. Puede sentir que el placer de anoche no ha sido tan sólo soñado, al parecer esta vez tiene también algo de real.
Siente los ronquidos. Le molestan. La piel de su rostro está seca, tirante. El olor tan ajeno de la montaña de colillas en el cenicero la repugna, y esa sensación de tener la boca pastosa y atestada de diversos sabores le provoca nauseas.
No ha cambiado sustancialmente –como estaba segura de que ocurriría-. El vacío continúa allí, un poco hacia abajo y a la izquierda, luchando por ganarle terreno al hueco donde está – donde debiera estar- su corazón.
Estira con precaución una pierna, y roza con suavidad el peso del cuerpo a su lado.
Abre los ojos por primera vez y lo ve como jamás lo ha visto: como si fuera él, no ella. Ya no ella, nunca más.
Se levanta caminando descalza hasta la sala de estar. No se lava la cara, no se enjuaga la boca, ni siquiera se viste. Siente la alfombra bajo sus pies, sube la temperatura del termostato y prende la computadora.
Ahora sí. Mira afuera, piensa, sonríe al nuevo día.
Este nuevo día en el que vuelve a ser ella, sola. Este nuevo día en el que volverá a comenzar.
Prepara un café: caliente, amargo, fuerte y escaso. Exactamente como debe tomarse. Se sienta frente al monitor y emprende el viaje.
Enfrentada con ese mundo que la ha llevado hasta esa cama, retoma la búsqueda de su yo verdadero, aquel que la deje caer y caiga con ella.
El uno que sea ella en ella, que le quite una a una todas las armaduras –que son sus armas- y la deje indefensa a su merced.
El uno que sea ella, porque ella, se sabe, sólo puede enamorarse de sí misma.
miércoles, junio 17, 2009
Fosforitos
En un pueblito del interior de la Argentina tiene lugar, de vez en vez, un fenómeno extraordinario: su lluvia no moja.
Algunos especialistas han asegurado que esto se debe simplemente a que quien suscribe conserva sus recuerdos de dicho lugar tan cuidadosamente teñidos de rosa, (ante el horror de numerosos espectadores, que se levantan ho-rro-ri-za-dos puesto que, todos lo saben, el rosa NUNCA combina con NADA), que ha borrado, casualmente, todos los aspectos desagradables concernientes al frío y la humedad extremas que en este pueblito encuentran su lugar.
Este mismo personaje que ha decidido escandalizar a medio mundo con su aseveración, ahora afirma que en La Plata, ciudad sublime del mismo país si las hay, ha conocido un fuego que no quema. Y dice uno por generalizar, porque la verdad es que son varios, son muchos. Menos de los que uno quisiera, pero más de los que se imagina.
Se generan, misteriosamente, del contacto casual/causal de dos cuerpos. Según aseguran los pirólogos, algunas personas se encuentran cargadas de una tremenda energía potencial. Como sus vidas transcurren pausadamente entre seres de cartón y hule, nuestros fosforitos nada tienen que temer a la posibilidad de encenderse (algunos ni siquiera saben que tal cosa es posible). En ocasiones ocurre que se encuentran con algún rayito de sol y humean juntos un tiempo, y entonces los fósforos se sienten bien, más grandes, más importantes, a veces hasta más felices engañados por la maravilla de sentir ese calorcito y por no concebir que sea posible algo mejor.
Sólo muy raramente –más de lo que uno quisiera, pero menos de lo que nos imaginamos- dos fósforos se encuentran. Casualmente/causalmente se cruzan rozándose y chas… el fuego se enciende.
Nuestros fueguitos de ninguna manera deben ser subestimados, puesto que sus chispas no queman en la medida en la que nuestras intenciones sean del todo co-rrec-tas y nos acerquemos a ellos con el sólo motivo de encender nuevos brotes, cuidarlos y quererlos como se merecen; pero si huelen (porque nuestros fuegos huelen, y vaya si lo hacen) una negatividad creciente en el ambiente, logran encenderse con toda su furia y calcinar a aquellos ma-la-on-da que intentan apagarlos por pura envidia.
Tanto peligro se debe a que estos fueguitos tan bellos no animan a cualquiera. Al parecer, el pudor y la vergüenza pueblan los corazones de las personas, y el miedo, que es sonso, puede más que la pureza y la alegría para algunos.
Una recompensa espera a los idiotas que no temen serlo. A esos fósforos siempre listos para encenderse si es que por casualidad/causalidad se topan con otro de su estilo, una vez que comprenden que tal cosa es posible. Ellos arderán. Sus cabecitas rosas (o fucsias, pero da lo mismo puesto que ninguno de los dos colores combina con nada) se prenderán con fuerza y rapidez, y arderán junto con sus cuerpos.
Tanto arderán que sus cenizas fusionadas ya no podrán separarse, -ojalá-, nunca más.
Este mismo personaje que ha decidido escandalizar a medio mundo con su aseveración, ahora afirma que en La Plata, ciudad sublime del mismo país si las hay, ha conocido un fuego que no quema. Y dice uno por generalizar, porque la verdad es que son varios, son muchos. Menos de los que uno quisiera, pero más de los que se imagina.
Se generan, misteriosamente, del contacto casual/causal de dos cuerpos. Según aseguran los pirólogos, algunas personas se encuentran cargadas de una tremenda energía potencial. Como sus vidas transcurren pausadamente entre seres de cartón y hule, nuestros fosforitos nada tienen que temer a la posibilidad de encenderse (algunos ni siquiera saben que tal cosa es posible). En ocasiones ocurre que se encuentran con algún rayito de sol y humean juntos un tiempo, y entonces los fósforos se sienten bien, más grandes, más importantes, a veces hasta más felices engañados por la maravilla de sentir ese calorcito y por no concebir que sea posible algo mejor.
Sólo muy raramente –más de lo que uno quisiera, pero menos de lo que nos imaginamos- dos fósforos se encuentran. Casualmente/causalmente se cruzan rozándose y chas… el fuego se enciende.
Nuestros fueguitos de ninguna manera deben ser subestimados, puesto que sus chispas no queman en la medida en la que nuestras intenciones sean del todo co-rrec-tas y nos acerquemos a ellos con el sólo motivo de encender nuevos brotes, cuidarlos y quererlos como se merecen; pero si huelen (porque nuestros fuegos huelen, y vaya si lo hacen) una negatividad creciente en el ambiente, logran encenderse con toda su furia y calcinar a aquellos ma-la-on-da que intentan apagarlos por pura envidia.
Tanto peligro se debe a que estos fueguitos tan bellos no animan a cualquiera. Al parecer, el pudor y la vergüenza pueblan los corazones de las personas, y el miedo, que es sonso, puede más que la pureza y la alegría para algunos.
Una recompensa espera a los idiotas que no temen serlo. A esos fósforos siempre listos para encenderse si es que por casualidad/causalidad se topan con otro de su estilo, una vez que comprenden que tal cosa es posible. Ellos arderán. Sus cabecitas rosas (o fucsias, pero da lo mismo puesto que ninguno de los dos colores combina con nada) se prenderán con fuerza y rapidez, y arderán junto con sus cuerpos.
Tanto arderán que sus cenizas fusionadas ya no podrán separarse, -ojalá-, nunca más.
miércoles, junio 10, 2009
Desesperación, melancolía o renuncia
Almendra es porque escribe.
Almendra no puede escribir.
Almendra, hoy, no es.Ilusiones I
La total y absoluta reza que lo que importa es visible y palpable. Que el mundo es lo que percibimos. Que Almendra está en este momento sentada pensando, escribiendo y, por tanto, existiendo.
Como si el por qué hace lo que hace no importara.
Como si algo de todo lo que hace fuera real y no tan sólo repeticiones sin sentido de cosas ya dichas, ya hechas, ya pensadas, ya vividas.
Como si las experiencias no fueran en realidad alimento de la mente.
Como si quién Almendra es no fuera todo eso que no logra verse en lugar de lo que está allí para que todos vean.
Como si no fuera más ella por lo que caya que por lo que dice, porque dice demasiado, durante demasiado tiempo y nada de lo que es importante decir.
Como si querer no fuera ese silencio de hoy, la risa de mañana y sus lágrimas de ayer.
Como si el tiempo y las anécdotas le dijeran cuán importante es –debe ser- alguien para ella.
Como si estas líneas dijeran algo cuando en verdad sólo piden que sientan.
Como si despertarse fuera abrir los ojos en lugar de cerrarlos.
Como si el sueño fuera la vigilia cuando la realidad está dentro suyo.
Como si escribir tanto en tercera persona me alejara de esto que escribo cuando esto que escribo soy yo.
Como si el por qué hace lo que hace no importara.
Como si algo de todo lo que hace fuera real y no tan sólo repeticiones sin sentido de cosas ya dichas, ya hechas, ya pensadas, ya vividas.
Como si las experiencias no fueran en realidad alimento de la mente.
Como si quién Almendra es no fuera todo eso que no logra verse en lugar de lo que está allí para que todos vean.
Como si no fuera más ella por lo que caya que por lo que dice, porque dice demasiado, durante demasiado tiempo y nada de lo que es importante decir.
Como si querer no fuera ese silencio de hoy, la risa de mañana y sus lágrimas de ayer.
Como si el tiempo y las anécdotas le dijeran cuán importante es –debe ser- alguien para ella.
Como si estas líneas dijeran algo cuando en verdad sólo piden que sientan.
Como si despertarse fuera abrir los ojos en lugar de cerrarlos.
Como si el sueño fuera la vigilia cuando la realidad está dentro suyo.
Como si escribir tanto en tercera persona me alejara de esto que escribo cuando esto que escribo soy yo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)