jueves, agosto 11, 2011

Esto que nunca habría escrito...

Es viernes 22 de julio, y quisiera desabrigarme a pesar de que es invierno y hacen diez grados. Hace calor cruzando Plaza Moreno.

Me dice que debería haberlos visto, deberías haberlos visto, una pareja así. Por eso quería que llegara antes al negocio, para verlos. Así después lo escribís, porque esas cosas son para escribirlas, me dice un mediodía de julio en La Plata, yo con calor aun cuando hace frío, el sol invernal allá bien alto, y yo recordando otro invierno, con calor, en otra plaza, pero en la misma ciudad.

Pero llegué y ya se había ido, ya me esperaba en el camino, aburrido en una esquina, sonriendo apenas. A veces, de lejos, en la calle, parece como si no quisiera que lo vean sonreír, con lo mucho que me gusta verlo sonreír, y con todo lo que sabe que me gusta cuando sonríe en serio, porque algo le gusta, porque está contento, porque es feliz.

Ya me esperaba y no vi, no pude ver la secuencia, aunque me la imagino. Entre las banquetas blancas, negras y rojas de acrílico, las mesas ratonas de 15 mil pesos, los sommiers king size y las copas negras y espejadas que tanto deseo, Daniela pregunta cuánto cuesta el juego de té inglés blanco con rositas rococó, sin dejar de escuchar por el auricular del Nextel a Mariana, que del otro lado le pregunta cuándo vuelve, que el Ministro está a punto de entrar a negociar las paritarias, y Daniela, con una calma tremendamente sobradora, que le responde si le parece lógico que haya negociaciones paritarias con los sindicatos sin el Ministro de Trabajo, y que si le parece que ella estaría tan tranquila afuera de la oficina si así fuera, y a la vendedora cuánto por los sillones de pana aquellos.

Al lado, Martín se para y mira cada cosa que Daniela desea -que deseo extraño ese tan frío, uno pensaría que el deseo es caliente, es arrebatado, es violento, es rojo- pero no comprende. Da pasos junto a ella. Piensa. Pensaba, me dice él, pensaba y miraba las cosas, pero no sé si no le gustaba lo que veía o no tenía poder para decidir lo que podía gustarle. Unas cosas horribles veían, Alu, y los estafaron, ¿entendes?, ¡12 mil pesos en un sillón!. Él no lo podía creer.

Yo no lo podía creer, Alu, gastar esa guita en ese sillón blanco, que para colmo se les puede manchar en cualquier momento, y me muero, yo me muero si compro un sillón de cuero blanco y se mancha. Al que lo manche, lo asesino. Habla poniendo énfasis en cada sílaba, está como loco, no lo puedo creer, me dice, ya sé, le digo, y sé de verdad.

Pero pensá, cariño, que si tuviésemos esa plata disponible para gastar en un sillón, la gastaríamos, le dije. Yo sé que la gastaría, más si me enamoro de un sillón de cuero blanco, con lo dócil y suave que es el cuero, y con lo hermoso que debe ser si es blanco.

Sí, me dice, pero lo atroz era cómo ella elegía, caminaba y elegía cosas sin siquiera preguntarle a él si le gustaban.

Y los vi, pude verlos. La vendedora consultándole a Martín en una distracción de Mariana, si querían al final el juego de té y él dudando... mmm no sé, la verdad no sé, Mari, ¿llevamos el juego de té o no?. Así no debería ser una pareja, me dice y lo miro. Por eso quería que los vieras, y lo escribieras, ¿entendés?, porque justo ahí mientras yo veía eso pensaba en vos, en que para tener algo así, estoy de acuerdo con vos, porque a mi tampoco me dan ganas de casarme ni de tener hijos.

Puse cara de circunstancia y después no pude evitar sonreír levemente. Para qué intentar explicarle nada. Después de todo era él el que estaba en ese lugar comprando algo, y fue él a quien semejante escena le llamó la atención. Yo jamás habría escrito algo así, y sin embargo aquí estoy.

En total deben haber gastado 30 lucas, así, tranquilos, me dijo y lo escucho.

¿Y a vos cuánto te salió el tachito de basura? pregunté, más por calzarme el traje de yegua que por curiosidad. Sonrió avergonzado, no te voy a decir, me dijo, ya está, ya entendí, fuiste muy clarita.

viernes, julio 01, 2011

Hecho a mano. Industria Argentina

Eran las seis cuando se prendió la pequeña radio, como todos los días.
Se levantó sin meditar -nadie nunca medita sobre estas cosas- en qué podían estar viviendo justo en la casa de al lado.
Preparó los mates, abrió despacio la puerta de la habitación nuevamente, y entró en penumbras para despertar a Mary.
-Hay golpe – dijo en un suspiro.
Ella lo miró llevándose la bombilla a la boca.
-Será para mejor, esperemos, pero no dejes de tener cuidado.
Cruzaban palabras mientras él buscaba su saco de gamuza marrón forrado por dentro con corderito y la boina. Intentaba no mirarla para que no se diera cuenta de que estaba preocupado, aunque sabiendo que ella ya sabía.
-No va a pasar nada, Mary, aunque sea van a acabar con este quilombo. A la tarde estoy de vuelta. ¿Terminarán con todo hoy? – preguntó mientras la besaba suave pero firmemente en la frente.
-Sí. Ayer Eli nos ayudó también, si hoy vuelve a estar de humor tenemos todo listo antes de que vuelvas. Si no, para la tarde ¿está bien?
Jorge asintió. Sabía que Mary no quería dejar de trabajar, aunque fuera de aquella manera, y que a Marita no le venían mal los mangos para comprarse los discos del flaco que le gustaban, pero a él lo habían criado de otra forma.
Si hubiera podido elegir, nunca se habría ido de la estancia de Brandsen. Aunque, claro, cada vez que esa idea lo atravesaba se reprochaba esa idiotez que le habría costado no encontrarse nunca con Mary.
Pero si hubiera podido elegir, habrían vuelto todos al campo. A la casa de adobe y madera. A las vacas ordeñadas a las cinco de la mañana, al mate con pan casero untado en manteca fresca, al canto del gallo a la madrugada, al patrón prestándole los caballos. Cómo le hubiera gustado enseñarle a Marita a montar uno de esos animales. Solía verla tan libre, tan renegada, tan ingobernable. El día en que nació, cuando le preguntaron cómo era, no había tenido mejor respuesta que el decir que tenía una cara difícil, pero tan linda.
Antes de irse, entornó la puerta de los chicos y los observó dormir durante unos segundos. Meneó la cabeza, se calzó la boina y salió a la calle.
Había llovido a la madrugada y la calle era casi un pantano. Siempre sorprendió a su hija la habilidad que tenía para no ensuciarse en situaciones como esa. Caminaba despacio y seguro, sorteando los lugares en los que el barro era más líquido, evitando los charcos, sin apuro.
La fábrica estaba (sigue estando) a diez cuadras de la casa. Ya en la esquina, donde se levantan los paredones blancos que rodean el lugar, un colimba tenía la mirada fija en algún punto perdido sobre el polideportivo de en frente. Jorge cruzó la avenida prestando especial atención a los camiones en fila y a las decenas de jovencitos vestidos con camuflaje que encauzaban a los trabajadores que iban llegando. Los frenaban antes de cruzar el portón de rejas, y los cacheaban, dejándolos entrar de a uno.
Mientras avanzaba vio a uno de los cadetes mientras era apartado del grupo, Javier. Era compañero de Marita, su hija mayor, en el Industrial. Hacían el turno vespertino y nunca más supieron de él.
Tenía que hacer la ronda de control ese día, era miércoles y había pocos ausentes. Dejó el abrigo en el despacho, y se encaminó al área de empaquetado en busca de un mate.
Nancy lo tenía listo. El guardapolvo celeste le quedaba apretado por el sacón de lana que llevaba debajo. Tenía ojeras y la mirada perdida.
-¿Pasó algo?
-No creo que sea nada. Gabriela salió anoche otra vez. Estaba con Martincito y hablaban por lo bajo. Hacían mucho eso estos últimos días. Me desperté y no estaba. Tiene escuela hoy, es raro que no haya vuelto.
Jorge pensó en Marita y Elizabeth, durmiendo aún. Qué tranquilidad le daba el hecho de que nunca les hubiera dado por hacer esas cosas.
Chupó de la bombilla de plata y se quemó los dedos con el mate enlosado. Lo devolvió y dijo que volvería enseguida.
Tenían un millar de pedidos que entregar ese día. Tomó una caja cualquiera y la abrió. Jamás en todo su tiempo adentro de la fábrica dejó de maravillarse por la pureza de esa porcelana.
Recordó su primer día en ese mismo edificio. Tenía diecisiete años en 1959, y quedó maravillado al conocer cómo se molía el cuarzo con otros dos minerales de los que nunca había oído, el caolín y el feldespato. Más que el hecho de que esas rocas pudieran transformarse en algo tan blanco y puramente homogéneo, no dejaba de sorprenderlo el funcionamiento de esos molinos.
Eran como enormes batidoras. Los recipientes de acero se recubrían con piedras de río, -él mismo alguna vez viajó a Entre Ríos para buscarlas-, pequeñitas e incrustadas a presión hasta abarcar la totalidad de los cubos. Allí iban los minerales que terminaban hechos una pasta rosada luego de que al polvo se le incorporara agua.
Tan ávido estaba en esa época de aprender más y más sobre ese proceso que terminó desarrollando todas las tareas que abarcaba la elaboración, desde la preparación de los minerales, hasta buscar e incrustar las rocas en los molinos y controlar la cocción de las piezas.
Al principio sólo cambiaba las bandejas de los moldes durante los dos primeros horneados. Le causaba gracia el nombre de ese primer producto de los 900 ºC que alcanzaba el horno, el bizcocho, que luego pasaba al vidriado, a unos 1800ºC, de donde se obtenían las piezas lisas, del blanco más hermoso que él hubiera visto.
Lo último era el decorado. Ese fue el único estadío en el que Jorge nunca participó. Se hacían juegos especiales para cada tipo de cliente. La línea Gourmet, sencilla y resistente para el uso en restaurants, la Casual, que se vendía al público en general y la Premium, que fue la que le regaló a Mary cuando se casaron: fina, decorada con rositas rococó de color rosado. Todo el juego de té, el de almuerzo y el de cena.
El paquete que había abierto pertenecía a una partida para cafetería especialmente diseñada para ser enviada a todas las dependencias del gobierno de la provincia de Buenos Aires, y a algunos locales particulares de La Plata. Eran blanco mate, lisas, perfectas.
Chequeó que las manijas estuvieran bien armadas y horneadas, y así era. Mary no había perdido la mano para armar las pequeñas piezas. Y pensar que la conoció ahí, limpiando moldes, con dieciséis años y algunas canas –para los dieciocho ya tenía el pelo completamente gris, siempre corto. Jamás se tiñó-. Unos meses más tarde se casaron y estuvieron juntos hasta que un cáncer se lo llevó primero él, unos años después a Mary.
De ella había heredado Marita lo independiente, lo resuelta, lo terca y lo maravillosamente certera a la hora de juzgar a las personas.
Jorge tomó algunas tazas al azar y las dio vuelta para ver que el sello estuviera bien impreso. En cada revés podía verse el símbolo: dos alas unidas por una T capital, que rodeaban la leyenda “Porcelana Tsuji”, sobre la cual había una corona católica. El texto al pie rezaba eso que a él le provocaba más orgullo: “Hecho a mano. Industria Argentina”.

miércoles, junio 15, 2011

Salvame

…de los tibios, de los que no se jueguen a todo o nada, de los que sientan de a poquito, así se cuidan más.

…de los almohadones en composé, la mesa en línea, las toallas del mismo color y nada de eso por amor.

…de los libros sin subrayar, sin dedicar, de las bibliotecas huérfanas de pasión, armadas casi por reacción.

…de la misma comida siempre, a la misma hora, en el mismo sillón, en la mesa cuadrada o frente al televisor.

…del sexo sin amor con la persona a la que amo, del beso y el abrazo por compromiso, de estar mendigando cariño.

…del hombre que puede decirme que me quiere y luego no mirarme, no escucharme, no reclamarme a su lado.

…de aquellos que no aman a los animales, que no recuerdan el nombre de mis gatos y no conocen mi amor por ellos.

…del asco de pensar su boca en otras bocas, su cuerpo en otros cuerpos.

…del dolor de saber su mente y su corazón en otra.

…de los que no me vean como la última mujer sobre la faz de esta tierra, de los que mueran por tenerme pero no mueran por mi.


Celeste, despertate, curate y salvame…

domingo, abril 17, 2011

Au revoir, mon cher

Se despertó y no esperaba nada. Nada de esto, digo.

Ayer a la tarde, mientras se bañaba, y en medio del recordar que tiene que ir a la peluquería y pensar si iba a usar la pollera blanca o el pantalón negro, se coló tu cara en la ducha. Flotaba ahí, entre el Head & Shoulders que compró exclusivamente para vos justo antes de la anteúltima vez que se prometieron intentar de nuevo, y el jabón Dove de limón que siempre comprabas sin preguntar, pero que ella no sabía que también le gustaba y se acaba de dar cuenta que lo sigue comprando sin saber muy bien por qué.

Intentó contar los días, y la verdad es que por primera vez no tiene ni idea de cuánto tiempo pasó. Hizo el cálculo como desafío:

- - Hoy tuve mi tercera sesión de los martes, y la primera entrevista fue el viernes anterior a la primera, y la última vez que nos vimos fue el lunes anterior a eso.

23 días.

El fin de semana que pasó, mirando el capítulo piloto de The x-files con su hermano, éste le explicó por qué para él el tiempo no es una variable mensurable para realizar cálculos físicos. Esto es porque los segundos, los minutos, las horas, son categorías inventadas, y como tales, absolutamente abstractas, puesto que la naturaleza no se maneja con los estándares humanos.

Ella pensó que tenía razón, y lo justificó a partir de lo que le gusta pensar como tiempo psicológico, noción que no puede dejar de relacionar con una frase de Cerati “el tiempo es arena en tus manos”, en este caso en particular no por la imposibilidad de frenarlo, sino por la rapidez con que se escurre en ciertas ocasiones. Ciertas ocasiones como esta en la que no recuerda cantidad de días, y acaba de caer en la cuenta, mientras se bañaba ayer a la tarde, de que era la primera vez que tu cara se le aparecía y eso que ha evocado tu persona en buenos recuerdos y malos recuerdos, pero como nunca antes, es decir en paz. En paz con vos, con ella y con ustedes.

La última vez que te vio, acostado mirando a la pared como siempre haces cuando algo no te gusta, pensó mientras caminaba sola por las calles oscuras que ya no se querían tanto; que ese mismo camino lo había hecho decenas de veces, siempre llorando, siempre esperando tu mensaje pidiéndole que vuelva, siempre queriendo volver, pero no ese día. Y se dio cuenta, también, de que no pudo importarte menos en qué estado llegó a su casa, y realmente, aunque supieras que nunca más la ibas a ver, o mejor dicho, sabiendo que nunca más la ibas a ver, ¿no te preocupó ni un poco que caminara las diez cuadras platenses, sola, de pollerita y con lo hermosa que no te cansas de decir que es?

Y supo, vos sabés, supo que ya estaba. Que no sólo te había dejado solo a esa hora en tu departamento, sino que te había dejado solo en la vida, esta vez si la acusabas de abandonarte, por primera vez habrías tenido razón, tal vez por eso no lo hiciste.

Y tal vez esta mañana esperaba tu mensaje, pero creo que no, que ya lo no esperaba, pero tampoco le sorprendió verlo. Y pensó cómo contestarte sin contestarte, porque ya no va a volver a empezar eso que no tenía fin, porque esta vez sí, la cinta de moebius se cortó, al menos de su lado, que es lo mismo que decir que se cortó de todos los lados porque dos no hacen nada si uno no quiere, y ella ya no quiere.

domingo, abril 10, 2011

Tus lentes

Inspirado en “El cuervo” de Edgar Allan Poe

Escrito en octubre de 2009

Aún ahora que sé que mi temor ha perdido su causa, tus anteojos me ven como siempre han sabido hacerlo: el derecho me refleja, ahí estoy yo, con mi chal de lana gris, sola, esa soy yo a la inversa. El izquierdo me deja verte como realmente sos, ya no imagen de espejo, o sí, pero no mía; no señor, tus dos lentes, tus dos caras son puro reflejo, ¿cómo era eso que me habías dicho?, ah, sí, desde luego, la que no tiene personalidad soy yo, qué ironía, entonces, que el reflejo sigas siendo vos.

Ahora puedo irme, ¿por qué no me voy?, no vaya a ser cosa que te despiertes mágicamente y me busques hasta encontrarme y me arrebates cualquier cosa, lo que sea mientras constituya un pedazo de mi alma, porque no, no puedo sacarla tan barata, algo tengo que perder, ¿verdad, hermoso? Siempre habías creído que saldrías lastimado, que esta puta con que tenés que convivir jugaría con todo tu ser, pobrecito vos, tan dulce, tan puro, tan enamorado. Como esa vez en que se me ocurrió (¿se me ocurrió?) bajar a abrirle al del delivery de pizza ese domingo al medio día, con una remera pero sin corpiño, ¿te acordás, bichito?, ¿se acordarán esos lentes de que casi terminan en el suelo (como están ahora) del cachetazo que intenté darte? No. No creo que lo hagan. Ciertas cosas no han sucedido aunque yo me empeñe en creer que si; porque si la realidad es que siempre me miras como si me acabaras de descubrir, como si no hubiera otra en el mundo. Si vos sos ese que me acaricia el pelo antes de dormirme y que me cocina las cosas más ricas que jamás haya probado; vos sos, siempre has sido, el que me ve perfecto, fiel reflejo tuyo, perfecto encaje de tu vida, madre de tus hijos, y así.

Pero claro, el engaño trabaja a doble mano, la que no debía idealizar era yo, pero ¿qué hay de vos?, claro que no, no tenías idea de en qué te estabas metiendo, de que esa mujer no era –no es- ni por asomo todo lo perfecta que querés que sea. Si mal no recuerdo fuiste vos el que me dijo que éramos iguales (si, en esto también), que idealizábamos y eso sólo podía conducir al estrellazo seguro y certero contra una gran, enorme pared invisible que llamabas realidad, aunque, qué es la realidad sino una construcción a partir de nuestra única forma de conocer el mundo, que es el lenguaje, y por lo tanto, una gran mentira útil, o parte de un ejército muy vivo de metáforas bien muertas, y no, ni pienso entrar en eso.

Llegaste al estrellazo certero y ahí comenzó el camino rumbo al mío. El pensar que no, que estas dolido, que tenés miedo, que es lógico por cómo soy, por quién he llegado a ser. Una y otra vez esos cristalitos me hicieron bajar la mirada avergonzada, dolida, decepcionada. Una y otra vez supe que cada dolor de mi cuerpo era el correlato de un dolor dentro tuyo. Sé que no te esperabas lo que llegó, sé que pensabas que la capacidad de reacción era de tu propiedad, que yo simplemente acataría. Pero hoy, bonito mío, el reflejo asumió su calidad de tal.

Tus anteojos están boca arriba sobre el piso y yo espero, aunque no sé bien qué. ¿Por qué dejé la ventana abierta? El lente derecho me refleja: ahí estoy yo, así estoy yo; cubierta con el chal de lana gris, los ojos oscuros, hinchados, perdidos y yo, sola. El lente izquierdo simplemente me deja ver tu cuerpo un poco más allá, inmóvil, probablemente frío ya, perfecto.

Tal y como siempre te quise.

jueves, abril 07, 2011

Marelle

¿Jugamos? Dale, juguemos.

Busca una piedrita. ¿Encontraste alguna? Fijate ahí, al lado del banco de nuestro primer beso, afuera del Español, donde comimos esa ensalada riquísima de endivias, peras, roquefort y nuez. Allí donde nos reciben con champagne, y me dicen señorita y me preguntan si deseo postre.

Pero…la vereda del Español no tiene piedritas, Alu, no, claro que no.

Busquemos en otro lugar, pues.

¿París tiene piedritas?, no me importa si tengo que sumergirme en el Sena, no me importa si aparece mujer ahogada, tenía los bolsillos llenos de piedritas, no me importa. París je t´aime siempre será principio y final. Mi Cielo y mi Tierra.

¿Está muy lejos París? Quizás para ti, cariño (con el énfasis en la i, voz de superada, sonrisa quasi dulce). A mi me queda detrás de un cerrar los ojos, justo a la vuelta del recuerdo de alguna fiesta feliz en familia (¿en qué?); junto a la voz de Iván cantando alguna de sus canciones, o de los ojos de Facundo cada vez que me ve entrar, tan niño queriendo ser tan hombre, o mejor dicho, viceversa.

Pero no para vos. Y bueno, París te queda lejos, entonces.

Perfecto, busquemos en otro lugar. ¿Qué tal las piedritas de Chascomús? No, te juro que no jugué ahí. Sí, estuve. Sí, fue lindo. No, no jugué. Quizás fui feliz. Maldición, es casi como si hubiera sido más feliz porque no dejas de preguntar boludeces. Sopapo viene.

D´accord. Busca la piedrita, mi sol, la piedrita, y juguemos, pero mejor. Juguemos bien, sin reproches pero con saltos, juguemos limpio.

Las piedritas desaparecen en cuanto me decís que no da vivir flotando en una nube de fantasía total, cuando querés que crea que 1 + 1 puede dar tres, y que vos querés el tres conmigo. Pero si no podemos ser ni uno fuerte y vos ya pensas en tres, bobo mío.

Ya sé pero ya te dije un millón de veces que así no. La verdad no entiendo. Yo acá, queriendo encontrar nuestras piedritas, cuando realmente…

No puede ser que quieras rayuela conmigo si nunca me viste jugar. Sí, tal vez sepas que amo el Cielo, pocas veces toco la Tierra (ni siquiera para empezar), y que mi número es siempre el 6 (o el 9, porque es igual pero al revés, y visto desde el Cielo con más razón, viste). Pero en definitiva, en cuanto descubras que no quiero bajarme de los sueños, que me gusta creer en los príncipes azules, para después volverlos grises (así son más reales), que quiero uno más uno, pero jamás dos, y mucho menos tres (o por lo menos no con vos, sólo porque vos no conmigo, por mucho que te guste repetir lo contrario).

Entonces, cuando me conozcas, verás que querer aprender a saltar en la rayuela antes de caminar en la vida fue nuestro más gravísimo error.

martes, abril 05, 2011

Extraños

- Extrañaba esto...
- ¿Qué?, ¿que te bese mientras te asfixio?, ¿que te acaricie?
- Que tengas tiempo...

miércoles, marzo 16, 2011

De sueños ajenos

En la cabecera de la mesa está sentada la primera jovencita con quien hice el amor. Recuerdo el momento. No éramos el uno para el otro, no seríamos el amor de la vida del otro, simplemente disfrutábamos del tiempo juntos, aunque eso sólo era besarnos todo el tiempo.

Ella no vivía en La Plata, y venía de vacaciones dos veces por año antes de conocerme. Durante el corto periodo que duramos nos vimos cada dos meses.

Esa vez en particular alquilé un monoambiente no exactamente lindo, cerca de Plaza Italia. Dulce quedó deslumbrada. Lo vi en sus ojos en el momento mismo en el que cruzó la puerta y vio los pétalos rojos regados por el cuarto, guiando con bombones de chocolate el camino hasta la cama rodeada de velas.

Sólo mi cabeza de ese entonces sabe porqué hice semejante cosa. Ya no recuerdo si fue excelente, bueno o regular, aunque sospecho que, sin un marco de referencia, debo de haber dejado la experiencia helada en algún rinconcito de mi cerebro. Ahora poco importa ya.

La dejé cuando empecé a enamorarme de Clarita. ¡Qué buena estaba Clarita! Comparada con Dulce, de 17 años, tímida y virginal tanto en la teoría como en la práctica, Clara era Pamela Anderson para mí. Pero disfrutó, como creo que suelen disfrutar algunas mujeres, diciéndome que no, ni ahí.

Estel era quien me había intentado acercar a ella, “engancharnos”. No sé cuánto esfuerzo puso en la tarea, especialmente conociendo los eventos siguientes, pero el resultado no fue positivo para mí.

Clara es la segunda y fuma con desdén, dos cosas que siempre ha hecho: fumar y ser desdeñosa en general y especialmente conmigo. Al menos durante el tiempo en el que sostuvo su posición de no-darme-pelota.

Tiempo después, y dejada llevar por la emoción de estudiar psicología, se empeñó en explicarle a Estel acerca de ese período en el que los niños advierten la presencia de las cosas a su alrededor en la medida en que alguien más las posee.

Lo único que ha llegado hasta mi de esa noción es algo así como el “deseo deseado”. Según eso, Clarita empezó a quererme el día en el que Estel se apropió de mí. Qué ganas de complicarnos la adolescente existencia.

Supongo que no debería ni siquiera ocupar un lugar como comensal, ya que jamás probó la carne de mi cuerpo, pero a pesar de lo que yo crea, ahí está, totalmente complacida por la situación.

La tercera, que me mira a punto de llevarse la copa con cerveza a la boca, es esa amiga con la que me acosté, la primera después de Estel, Micaela.

Ella se estaba enamorando de mí, o al menos eso se cansaron de decirme.

El momento no fue nada romántico. Cuando le conté a Estel, empezó a reírse, como solía hacer cuando le hablaba en serio de otras mujeres, para después ponerse seria ella y dedicarme una bellísima puteada por descuidado.

Nunca había sentido miedo hasta ese momento. De ninguna forma estaba preparado, y mucho menos con ella, y aún menos por culpa de la fatal mezcla entre las urgencias de mi cuerpo abandonado desde hacía tanto tiempo y buena marihuana fumada en exceso y sin control.

Eventualmente, y como casi siempre, Estel tuvo la razón y debí hablar con Micaela, “aclarar” las cosas.

La cuarta es Patricia, y vino justo detrás de Micaela, más o menos en las mismas circunstancias y con consecuencias parecidas, con el delicado agregado de que todos pertenecíamos –pertenecemos- al mismo grupo de amigos. La rivalidad fue obvia e instantánea. Peor aún, para mí era casi como un déjà vu apurado y de mal gusto.

Por suerte, si algo aprendí después de cinco años con Estel, es a desprenderme de cualquier problema en potencia.

Quinta se sentó Manuela. Pelirroja increíble aunque completamente frágil e inocente.

Era un borrador más agradable del único amor que he conocido hasta hoy. En los meses que estuvimos juntos viajó a tres países europeos diferentes. Londres era su amor, estudiaba Filosofía y Letras en la UBA, y hablaba francés hermosamente.

Tenía dos gatos que me complicaban la vida cada vez que deseaba dormir en su casa, René y Magritte. Despertarme ahí era luchar contra mi alergia. Ella se divertía diciendo que era (ahora me divierte lo repetitivo de esto en mis mujeres) una barrera psicológica para no comprometerme.

La dejé al mes siguiente del cumpleaños de Estel porque cuando fui a saludarla, me enteré de que estaban haciendo el mismo curso con el mismo escritor en la misma ciudad y con idénticos resultados.

La dejé antes de que repitiera la historia de su doppelgänger.

Mariana es la actual y tristemente no me interesa describirla.

Hace tres meses, en un bar de mala muerte de esos en los que suelo terminar, crucé miradas como tantas veces antes con Estel.

Ella la que no sale, la que no se viste, la que no levanta, la que no baila, la que no vive de noche estaba ahí, y me vio, y sonrió como sólo ella sabe y el resto fue historia repetida.

Yo necesitaba esa última vez en su cuerpo, y los dos entendimos en el café del mediodía siguiente que ya no había en nosotros todo lo que alguna vez hubo con tanta fuerza.

Y aún luego de eso, detrás de la mesa, la única parada, la única a la que las demás no ven, es ella. Yo me siento juzgado, y ella controla la situación, pero nuestro enlace de miradas es de complicidad, jamás de rencor.

Increíble que no pueda dejar de contarle este sueño, y que sea lo único que me salga contarle la única vez que vuelvo a verla. Una perversa forma de hacerle saber que nadie estará jamás a su altura. Qué manera de otorgarle poder también sobre mi consciente.

Ella se dedicó a las palabras, esas mentiras útiles que tanto siempre le han servido para vivir en ese maldito aleph que ha llegado a ser su cabeza, pero que poco contacto tiene con la realidad que vivimos los mortales.

Yo, desde luego, estudié Psicología.

miércoles, enero 12, 2011

Decálogo del mentiroso perfecto

Atención: el siguiente post puede perturbar mentes jóvenes, idealistas, vírgenes y/o enamoradas. Se sugiere abstenerse de su lectura a todos aquellos que deseen conservar la esperanza.

***

I. Vive sola y, créeme, jamás vas a conocer su casa. Te va a hablar de sus gatos y sus libros. Te va a tentar con los vestidos diminutos y los regalos caros. Te va a seducir con perfumes sutiles, miradas soslayadas y mensajitos a toda hora. Te va a calentar porque siempre va a saber dónde y cómo tocarte, cuándo besarte y por qué se sirve helado con el postre.

II. Va a hablarte, mucho y con las mejores palabras. Aprendió de los mejores edulcorantes de oídos, de los cuales vos desearías ser aprendiz.

III. Tiene el celular siempre en silencio/vibrador, siempre en la cartera, y la cartera siempre sobre su falda.

IV. Si sabe, como vos no sabés, entonces ciertos teléfonos no están agendados, o lo están bajo seudónimos como Mariana o 2020 (no sabés, amor, una vez mandé un mensaje al 2020 y ahora me llegan cosas a la madrugada del estilo: “te voy a dar besos hasta que me pidas que pare, nos vemos el sábado”, es in-so-por-ta-ble. Por eso apago el celu de noche…).

V. Si sabe, y ella sabe, conoce a la perfección a quién corresponde cada sucesión de tres dígitos al final de un remitente. Y si le importa, y suele importarle pues este realmente es su estilo de vida, te conoce el verbo de sobra, cariño.

VI. Ya aprendió, con la rapidez del superviviente, que la llamás “bebé”, “bichito”, “muñeca” o “reina”, y recuerda con la misma facilidad que es adjetivada “hermosa”, “bonita”, y “negra” por el conductor del programa de tv local que la lleva al cine las tardes que no se encuentra con vos. Aun cuando escriba y reciba desde otro número, porque también suele quedarse sin crédito, sabe perfectamente quién responde qué y cómo. Gajes del oficio.

VII. Apaga el celular cuando duerme a tu lado… Mejor dicho: apaga el celular siempre que duerme con alguien.

VIII. Jamás te dirá que te quiere, mucho menos que te ama. Eso sí, te cuenta todo: que comió un asado riquísimo (que hizo Javier), que fue con Olguita y Martin (a lo de Javier), que luego fue al cine y me encantó la película, divino Johnny Depp, y divino vos (aunque no te pareces en nada), comí pochoclos (entre los besos de Javier), cuánto te salió, no sé, silencio, qué pensás, en que quiero ir al cine con vos, ja, claro, aprendé primero, después vamos.

Si este amor fuera como en los tiempos del cólera, iría yo por mi lado, tú por el tuyo, miramos la misma película, pero no nos sentamos juntos. ¿Te la bancas?

Eso creí. ¿Sabes por qué?

Porque esto no es amor, mi vida.

IX. Va a invitarte a cenar a tu casa. Te va a cocinar, te va a enredar y desenredar con la misma rapidez. Luego, va a acompañarte del brazo hasta tu puerta, te besará y se irá dejándote pensando en todo lo que ninguna mujer antes había logrado que pienses.

X. Siempre tendrá el poder, cuanto antes lo sepas, mejor para vos.

El día debía llegar en el que la perfecta mentirosa, indignada y despechada, gritara a los cuatro vientos los secretos de tan milenario arte, luego de darse cuenta de que el mentiroso es, irremediablemente, imperfecto.