“A la angustia de Sartre”
L.P., Abril 2008
Un vendedor ambulante grita a lo lejos.
La noche no ha cedido aún… o no, es que tiene los ojos cerrados.
¿Dónde está?... más inmediato: ¿con quién?
Siente un cuerpo moverse a su lado. Lo hace sutil, suavemente.
Afuera, amanece en algún barrio de Buenos Aires. Los primeros sonidos del día comienzan a percibirse.
Adentro, sólo sus respiraciones acompasadas quiebran aquel virgen silencio.
Pero ella se despierta. Lentamente recuerda.
Los acordes firmes de la esfumada, canciones tan suyas… besos tan simples… en un ambiente tan nuevo.
Haber descubierto la comodidad de aquel lugar que desconoce.
Y el miedo… a la familiaridad que la situación le provoca… a la felicidad que siente… al placer siempre latente.
“Buen día”.
Y es ella nuevamente.
Lo acaba de descubrir.
La noche no ha cambiado su ser, su sentir… sólo, tal vez, algo de su orgullo.
Una sonrisa se esboza en las comisuras de su boca. Ha bajado las defensas. Se ha entregado por completo. Y lo sabe.
Y siente miedo… pero no.
Observa, sin actuar, como se resquebraja lentamente la roca, ya no tan firme, de su orden preestablecido.
Pero, en lugar de acercarse a repararla, permanece inmóvil en sus brazos.
Y observa. Piensa. Tiembla.
¿Actúa?
L.P., Abril 2008
Un vendedor ambulante grita a lo lejos.
La noche no ha cedido aún… o no, es que tiene los ojos cerrados.
¿Dónde está?... más inmediato: ¿con quién?
Siente un cuerpo moverse a su lado. Lo hace sutil, suavemente.
Afuera, amanece en algún barrio de Buenos Aires. Los primeros sonidos del día comienzan a percibirse.
Adentro, sólo sus respiraciones acompasadas quiebran aquel virgen silencio.
Pero ella se despierta. Lentamente recuerda.
Los acordes firmes de la esfumada, canciones tan suyas… besos tan simples… en un ambiente tan nuevo.
Haber descubierto la comodidad de aquel lugar que desconoce.
Y el miedo… a la familiaridad que la situación le provoca… a la felicidad que siente… al placer siempre latente.
“Buen día”.
Y es ella nuevamente.
Lo acaba de descubrir.
La noche no ha cambiado su ser, su sentir… sólo, tal vez, algo de su orgullo.
Una sonrisa se esboza en las comisuras de su boca. Ha bajado las defensas. Se ha entregado por completo. Y lo sabe.
Y siente miedo… pero no.
Observa, sin actuar, como se resquebraja lentamente la roca, ya no tan firme, de su orden preestablecido.
Pero, en lugar de acercarse a repararla, permanece inmóvil en sus brazos.
Y observa. Piensa. Tiembla.
¿Actúa?
Gracias. Espero poder decirlo muchas veces más.
ResponderEliminarEL que regala cigarrillos en los trenes.
Alguien dijo una vez que la palabra que más le gusta es "Aspiro". A veces coincido, justamente, cuando las puertas se abren oportunamente para hacer.
ResponderEliminarEl peso de la historia y de lo hacedores me dicen "hacélo" pero mi conciencia me dice "Aspiro". Me gusta la posibilidad, no critico lo malo -que no ayuda ni alimenta- sino que a los que hacen por hacer.