Necesitaba transcribir las sensaciones antes de que se esfumaran para siempre, aunque ya se hayan esfumado para siempre.
Estos recuerdos, todos los recuerdos, son lo que valen en verdad. Gloriosamente ellos no son materializables y su esencia es tan etérea como ellos mismos, lo que los salvaguarda para siempre de poder ser trivializados por su repetición y consumo infinitos.
Almendra escribe esto como bálsamo.
La memoria es engañosa y, con el paso del tiempo, parece destilar finamente cada momento experimentado hasta conservar sólo el fino licor de aquello que nos ha hecho felices.
Pero los destilados, sabemos de sobra, son un perfeccionamiento y a veces –casi siempre- los recuerdos puros, aunque manchados de realidad, son más hermosos por su carácter de concretos y no ideales.
Así, al tiempo se lo lleva el tiempo y cada segundo es único e irrepetible y la memoria selecciona y por tanto no es tan fiel y el tiempo también se lleva a los recuerdos y entonces aquí y ahora…
Escribir cuando aún conserva el dulce sabor de las letras de Spinetta en la boca. Cuando todavía la impecable melodía de la música siempre presente, siempre compañera y testigo, resuena en su mente y acaricia sus oídos.
Escribir porque comprende que no hay nada material que pueda llevarse esta noche que vaya a permitirle recordar tanta perfección improvisada. Ni -¡por suerte!- repetirla cuál copia en carbónico.
La única salida a tanta desesperación irremediable es este intento de madrugada de que la sensación nunca se pierda, pues está siendo plasmada en las eternas aunque frágiles palabras de su percepción.
Eternas pues enmarcaran este momento para siempre, pero frágiles pues cualquier capricho del azar podría lograr que sucumbieran y así habrían existido y existirían por siempre, pero ya no materialmente sino en la mente de aquellos que las hayan absorbido a tiempo. Y tal vez esa desaparición terrenal unida a su perduración extrasensorial sea el punto culmine de su función primera y original, su acato más acérrimo.
El permitir que la sustancia ingrese en su sistema y sentir cómo flota inmaculada a través de este momento y este lugar. Y hablar, permitirse extraer cada sensación que le provoca el pasado y la nostalgia por no haber sido parte de él.
La comprensión ahora, finalmente, después de tanto tiempo -¿tanto tiempo?-.
Como son invaluables las horas sentados a orillas de un lago, a pesar del viento y la tierra; a pesar de que el piso es frío y duro; a pesar de la tristeza.
Cómo cambiar los sonidos perfectos con esa perfección que otorga la humildad de no saber todos los acordes o la letra completa, por el lugar que, aún atestado de personas, es una oda al individualismo y la descomunión totales.
Cómo preferir lo congelado en el tiempo, aquello que no ha cambiado junto a ellas sino que se ha conservado intacto como si los años no pasaran jamás, a esto que es ellas ahora, a pesar de que pueda aparecerse como acogedoramente desconocido e inexplicable.
Cómo escuchar y revivir otros cantos de las mismas canciones y no pensar que es justo lo que debe escuchar por la paz que ha alcanzado y no pensar ya en lo otro que ya no es ella, sino en algo más reciente y que añora sinceramente.
Cómo ser las que eran, las que ellos creen que son, cuando ya son otras a pesar de que aún sean las que fueron.
Cómo ser la que crees que soy cuando ya soy otra aún cuando todavía soy quién pensás que soy.
Estos recuerdos, todos los recuerdos, son lo que valen en verdad. Gloriosamente ellos no son materializables y su esencia es tan etérea como ellos mismos, lo que los salvaguarda para siempre de poder ser trivializados por su repetición y consumo infinitos.
Almendra escribe esto como bálsamo.
La memoria es engañosa y, con el paso del tiempo, parece destilar finamente cada momento experimentado hasta conservar sólo el fino licor de aquello que nos ha hecho felices.
Pero los destilados, sabemos de sobra, son un perfeccionamiento y a veces –casi siempre- los recuerdos puros, aunque manchados de realidad, son más hermosos por su carácter de concretos y no ideales.
Así, al tiempo se lo lleva el tiempo y cada segundo es único e irrepetible y la memoria selecciona y por tanto no es tan fiel y el tiempo también se lleva a los recuerdos y entonces aquí y ahora…
Escribir cuando aún conserva el dulce sabor de las letras de Spinetta en la boca. Cuando todavía la impecable melodía de la música siempre presente, siempre compañera y testigo, resuena en su mente y acaricia sus oídos.
Escribir porque comprende que no hay nada material que pueda llevarse esta noche que vaya a permitirle recordar tanta perfección improvisada. Ni -¡por suerte!- repetirla cuál copia en carbónico.
La única salida a tanta desesperación irremediable es este intento de madrugada de que la sensación nunca se pierda, pues está siendo plasmada en las eternas aunque frágiles palabras de su percepción.
Eternas pues enmarcaran este momento para siempre, pero frágiles pues cualquier capricho del azar podría lograr que sucumbieran y así habrían existido y existirían por siempre, pero ya no materialmente sino en la mente de aquellos que las hayan absorbido a tiempo. Y tal vez esa desaparición terrenal unida a su perduración extrasensorial sea el punto culmine de su función primera y original, su acato más acérrimo.
El permitir que la sustancia ingrese en su sistema y sentir cómo flota inmaculada a través de este momento y este lugar. Y hablar, permitirse extraer cada sensación que le provoca el pasado y la nostalgia por no haber sido parte de él.
La comprensión ahora, finalmente, después de tanto tiempo -¿tanto tiempo?-.
Como son invaluables las horas sentados a orillas de un lago, a pesar del viento y la tierra; a pesar de que el piso es frío y duro; a pesar de la tristeza.
Cómo cambiar los sonidos perfectos con esa perfección que otorga la humildad de no saber todos los acordes o la letra completa, por el lugar que, aún atestado de personas, es una oda al individualismo y la descomunión totales.
Cómo preferir lo congelado en el tiempo, aquello que no ha cambiado junto a ellas sino que se ha conservado intacto como si los años no pasaran jamás, a esto que es ellas ahora, a pesar de que pueda aparecerse como acogedoramente desconocido e inexplicable.
Cómo escuchar y revivir otros cantos de las mismas canciones y no pensar que es justo lo que debe escuchar por la paz que ha alcanzado y no pensar ya en lo otro que ya no es ella, sino en algo más reciente y que añora sinceramente.
Cómo ser las que eran, las que ellos creen que son, cuando ya son otras a pesar de que aún sean las que fueron.
Cómo ser la que crees que soy cuando ya soy otra aún cuando todavía soy quién pensás que soy.
Guau. Como siempre hago termino de leer tu escrito y corro a comentarlo para que las sensacones no se pierdan.
ResponderEliminarMe encanto me llevo a ese lugar: a ese lago, esa música, a vos.
Que lindo leer lo que escribis. Que lindo leerte.
pero resulta que ellas me atraen demasiado y adoro usarlas
ResponderEliminarYo creo que ellas también disfrutan de los diseños que les proponés.
(hace unos días intentaba escribir sobre la permanencia del ser, tal vez esta noche tus palabras resuenen y sea la tercera...)
Creo que era Milan Kundera quien escribió acerca de la memoria poética; esa cualidad de nuestra memoria de filtrar los recuerdos y hacerlos mejor de lo que fueron las sensaciones originales. El filtrado positivo de los recuerdos nos ayuda a vivir, reconciliados con nosotros y con el mundo; un filtrado negativo de los recuerdos nos llevaría al suicidio o al asesinato.
ResponderEliminarTambién leí (y pensé por mí mismo, pero luego leí, y era como que me aprobaban el examen) que la vida avanza mientras las esperanzas pesan más que los recuerdos y los desengaños, mientras creemos que aún puede pasarnos algo que nos recupere las sensaciones que atesoramos.
Es curioso, yo tenía unos amigos con los que cada vez que nos veíamos recordábamos aquel magnífico viaje que hacía años hicimos juntos. Un encuentro tras otro, a la segunda o tercera copa, volvían esos recuerdos, esas risas... y un día fue como un relámpago, y estaba ahí, clara, lúcida, la idea de que estábamos muertos como grupo, que ya nunca seríamos capaces de repetir un viaje así, que ya sólo podríamos revivirlo, reinventándolo, adornándolo en cada cena.
Saludos.