sábado, abril 25, 2009

Espejos re(tro)spectivos

Miguel, tan lejos pero tanto más cerca

Arrellanada plácidamente en su sofá de terciopelo verde, Almendra escribe. Por un momento atisba una figura por el rabillo del ojo. Gira el cuello y observa impasible su reflejo. Una nebulosa parece nublar levemente la figura que le devuelve la mirada, moviéndose con total independencia de su creadora, (a la que ha creado).

Extrañamente, la imagen no desapareció al ser descubierta. En lugar de evaporarse, como el producto del cansancio que es –que debe ser-, se irguió frente a ella y se observó en sus ojos, inclinando levemente hacia abajo la cabeza.

La escena se mantuvo inmutable durante un tiempo incalculable conformado por miles de miradas que cubrieron cada centímetro de los cuerpos, y de movimientos suaves, como intentando no asustar al otro, hasta que Almendra habló.

Se reconoció y habló para reafirmar aquel reconocimiento. Se vio en esos ojos no almendrados, en los centímetros más alto de aquel que la mira, en los varios años que deberá transitar para estar donde él, en esa tierra tanto más pequeña, en ese cuerpo opuesto. En los errores, el dolor, la valentía y las ganas de vivir.

Se vio en su mente, bailando alegremente y habló para reconocerse, dejar de saltar y mirarse, invalidando el reflejo.

Sabe que eso que siente es la sangre que fluye descontrolada. Sabe que lo que viene será –ya es- importante. Sabe que su cuerpo se encenderá con la misma intensidad que su mente, pero dentro de algún tiempo. El fósforo que serán –que son, que siempre han sido- probará ahora su resistencia.

Él la observa y sonríen juntos. El reflejo y ella. Él y su reflejo.

Él lleva cuatro décadas de buscarse. A través de libros, sonidos, lechos, besos y miradas. Siempre se ha recostado en el sofá para leer, sintiendo de vez en vez –a veces por períodos más cortos, otros por unos más largos- que su imagen lo observa.

Hoy tiene la misma sensación. Levanta los ojos y se encuentra en esos destellos almendrados, en los centímetros hacia abajo que debe atravesar para besar a aquella que lo mira, en los numerosos años más que posee, en esta tierra tanto más grande, en ese cuerpo opuesto, que deseará hasta que se consuman –sea cuando eso sea-.

miércoles, abril 22, 2009

Getsemaní, no

Cielito tenía en quien confiar, Hermes

Cada noche suena el timbre.
Getsemaní abre la puerta, cubierta con el camisón ya gris de todos los días, y sonríe.
La expresión automática no puede ocultar un destello de pequeñas lágrimas en sus ojos ojerosos.
Sonríe y toma el abrigo. Sonríe y huele el humo y las flores. Sonríe y se alcoholiza al inspirar el destilado. Sonríe y observa la sonrisa forzada de morder hielo seco. Sonríe y se deja besar, manosear, penetrar. Sonríe y se deja dejar.
Getsemaní duerme. Los tangos que se repiten insistentemente la arrullan durante todo el día, todos los días.
Getsemaní duerme en el cemento, desnuda y cansada. Duerme y el timbre suena. Una lágrima amenaza con quebrar su vida. El destello puede verse al borde de la realidad. Se contiene, sonríe mecánicamente y abre la puerta.
Durante la noche se deja reinventar. Es fantasía y verdad, rubia o colorada, reina y puta. Nunca ella, ni siquiera lo cuestiona.
Con las primeras luces se acuesta, desnuda y cansada.
Getsemaní duerme, y sueña (sólo entonces es libre). Sueña con el momento glorioso en el que todo cambie y finalmente suene el timbre, abra la puerta y sonría y tome el abrigo, sonría y huela el humo y las flores, sonría y se deje dejar.

lunes, abril 06, 2009

Sofía

Reina mía, no serás la excepción

Con sus uñas a la francesa recién pintadas, toma el mate lentamente con las yemas de los dedos para evitar que el esmalte se corra.

Ríe con los ojos entrecerrados, y cada vez el negro de sus pupilas se fusiona con el delineador asemejándolos a una caricatura japonesa.

Ríe, pero medita y filosofa, es como una reina con su porte siempre altivo, siempre calmo, siempre cuidado y pulcro.

De cabecita negra no tiene más que la ideología… y sí, el Movimiento obviamente ya no es lo que era, ha expandido sus límites, y mucho.

Es una niña cuando pide consuelo, respuestas. La reina no las tiene, pero las buscará insaciablemente, removiendo cielos, infiernos y purgatorios en el proceso.

Siempre sabe qué decir, cómo y cuándo. Siempre. O no.

La reina no tiene todas las respuestas, pero ya comprendió que las encontrará a medida que las construya.

Ya aprendió que ellas dependen de todo lo que las rodee.

Y poco a poco descubre que la felicidad no es como siempre la imaginamos. La reinventamos a cada paso como nos reinventamos a nosotros mismos cada vez que conocemos a alguien nuevo.

La familiaridad de lo desconocido la asusta, pero le intriga. No huirá, pero sabe dónde deben ir los límites.

El peine baja por las hebras de su negro cabello, desanudando los pesares del día en el proceso. Aprovecha para mirarse atentamente en el espejo, se siente como en casa.

-Niña – la llaman, y ella, con calma, responde asomándose a la puerta del baño.

Desde el pasillo, con la basura en la mano, él no puede evitar que por su mente se aparezcan un millón de situaciones como ésta. Esta reina podría ser suya.

Lo habría sido cuando aún los caprichos de princesa corrían por sus venas, pero no ahora y eso él no puede entenderlo todavía. Pues la altivez y seguridad que refleja su figura no ha sido tal siempre. La imagen que irradia ahora es la que ha ido fabricando a lo largo de su vida. Como en todos, cada situación, cada persona ha sido un aspecto de que se ha sumado a su forma de ser.

Recientemente dejó de lado el filtro color rosa a través del cual gozaba viendo sus sueños para descubrir que la realidad se pinta con matices más oscuros y difusos.

La felicidad claramente delineada de las fantasías juveniles ha dado paso irremediablemente a una que de tan nueva y desconocida, imparte miedo.

Ya no hay príncipe azul en un caballo blanco. Ya no hay casa con rejas blancas, dos niños jugando en el patio, el trabajo ideal, la rutina perfecta. Ya no hay vacaciones en el sur, todos juntos, plasmadas en miles de fotos que retratan la perfección perfectamente.

Ahora hay realidad y presente continuos.

El príncipe es mendigo; estudia medicina pero trabaja de comerciante de antigüedades, si es que trabaja; no hay “nosotros felices para siempre”; hay aquí, ahora y veremos hasta cuando.

Con ríos de lágrimas descubrió que la perfección no existe, sino que fue una más de las guías prácticas para abordar el mundo que suelen proporcionar los adultos a los niños para que el choque con las preocupaciones no sea traumático. Aunque, claro, por lo general el golpe termina siendo indefiniblemente más terrible, pues los castillos que se construyen en el aire a kilómetros sobre las cabezas de los mortales terminan por caer por su propio peso, aplastándonos irremediablemente.

Los alientos matinales existen y no huelen a rosas sino a una mezcla incalculable de aromas a los que se les hace más justicia si no se los intenta describir siquiera. Existe el mal humor y los días en los que dos personas no se quieren o se dicen cualquier cosa, existen las dudas, los miedos, los celos, las traiciones.

Resultó ser que la perfección es un invento humano más, como casi todo, y como tal, puede ser re definido para agotar eternamente su significado y adecuarlo a los caprichos personales de cada uno.

Y tal vez sea que de tan perfectos, los ideales se nos terminen por acabar, o terminen por decepcionarnos.

El desafío, al parecer, estará en levantarnos y seguir adelante, con flamantes nuevos espejitos de colores y flamantes hermosas decepciones, hasta que comprendamos eso, que la perfección no existe más que en nosotros mismos.