La desesperante ansiedad que la ahogaba desde hacía ya seis días se tradujo en un llanto incontrolable cuando el momento del encuentro tan esperado llegó.
Feliz era la situación, más no así las circunstancias que la provocaron.
Vestida con la remera negra desgastada y el pantalón de algodón beige que usa cuando está en su casa, descendió acelerada las escaleras al oír el timbre.
Tras la puerta de rejas blancas aguardaban su padre, su madre y sus dos hermanos.
Los cinco se estrellaron en un único abrazo.
Estaban juntos de nuevo.
Entre lágrimas colectivas e intermitentes traspasaron la puerta de entrada al departamento y se sentaron.
La charla programada y las preguntas irrelevantes aunque necesarias acerca del viaje se fundieron con el sonido de la canilla dejando caer el agua en la pava, la tapa de ésta cerrando el hueco superior y el golpe del metal de la hornalla al apoyarla y encender el fuego.
Y hablaron. Hablaron de los trabajos, las renuncias, el tango, los mapuches, las clases de cívica y matemática, los proyectos de voluntariado y los deseos de cada uno.
Sacudir la yerba, sebar un mate, pasarlo, tomarlo, devolverlo… todas acciones destinadas a unirlos aún más en su dolor. La oportunidad de contar, relatar, llorar… y sentirse mejor.
No discutieron lo extraño del momento. Lo anormal de estar los cinco juntos como hacía años que no estaban. Al parecer, no era necesario.
Hay ciertas cosas que se sienten a pesar de ser invisibles y que deben permanecer así: vírgenes e inalteradas sin ser materializadas nunca mediante la palabra.
Durante horas disfrutaron de ese momento robado al tiempo de sus aceleradas vidas.
Cuando los ojos comenzaron a flaquear en su esforzado intento por ocultar el cansancio, se rindieron a lo inevitable, se despidieron y se acostaron a dormir.
La misa de la noche anterior se repitió por la mañana con una atmósfera infinitamente más liviana y relajada; un clima de esos que permiten los días cuando nacen y mientras perdura el falso olvido con que la noche cubre, al menos por un tiempo, los fantasmas que nos persiguen.
Por la tarde, ella deberá ir a trabajar, como todos los días.
Ellos recorrerán, mientras tanto, los 40 kilómetros que los separan de la clínica dónde la madre, la abuela, la ex suegra agoniza sin saberlo.
Feliz era la situación, más no así las circunstancias que la provocaron.
Vestida con la remera negra desgastada y el pantalón de algodón beige que usa cuando está en su casa, descendió acelerada las escaleras al oír el timbre.
Tras la puerta de rejas blancas aguardaban su padre, su madre y sus dos hermanos.
Los cinco se estrellaron en un único abrazo.
Estaban juntos de nuevo.
Entre lágrimas colectivas e intermitentes traspasaron la puerta de entrada al departamento y se sentaron.
La charla programada y las preguntas irrelevantes aunque necesarias acerca del viaje se fundieron con el sonido de la canilla dejando caer el agua en la pava, la tapa de ésta cerrando el hueco superior y el golpe del metal de la hornalla al apoyarla y encender el fuego.
Y hablaron. Hablaron de los trabajos, las renuncias, el tango, los mapuches, las clases de cívica y matemática, los proyectos de voluntariado y los deseos de cada uno.
Sacudir la yerba, sebar un mate, pasarlo, tomarlo, devolverlo… todas acciones destinadas a unirlos aún más en su dolor. La oportunidad de contar, relatar, llorar… y sentirse mejor.
No discutieron lo extraño del momento. Lo anormal de estar los cinco juntos como hacía años que no estaban. Al parecer, no era necesario.
Hay ciertas cosas que se sienten a pesar de ser invisibles y que deben permanecer así: vírgenes e inalteradas sin ser materializadas nunca mediante la palabra.
Durante horas disfrutaron de ese momento robado al tiempo de sus aceleradas vidas.
Cuando los ojos comenzaron a flaquear en su esforzado intento por ocultar el cansancio, se rindieron a lo inevitable, se despidieron y se acostaron a dormir.
La misa de la noche anterior se repitió por la mañana con una atmósfera infinitamente más liviana y relajada; un clima de esos que permiten los días cuando nacen y mientras perdura el falso olvido con que la noche cubre, al menos por un tiempo, los fantasmas que nos persiguen.
Por la tarde, ella deberá ir a trabajar, como todos los días.
Ellos recorrerán, mientras tanto, los 40 kilómetros que los separan de la clínica dónde la madre, la abuela, la ex suegra agoniza sin saberlo.
N. A.: Este texto fue escrito en el marco del Seminario de Informe Especial y respondía a la consigna de describir un encuentro… no es un texto que me termine de gustar, tal vez algunos párrafos aislados, pero bueno, ustedes dirán. Y, como ya dije antes, estoy monotemática, sepan disculpar...
Y la caradura dice que no le gusta.Mientras que el otro le dice que se deje de joder. Es un texto hermoso de lectura rápida, no vuela más alto de lo que tiene que volar, ya que cuenta lo simple : lo más hermoso.
ResponderEliminarPatricio